He tenido que explicar mi silencio.
Elegir una culpa entre todas mis culpas,
perder ingenuamente el secreto
que una vez pude elegir.
Es tan triste…
ser irremediablemente humano.
Ahora soy una estatua con los ojos vacíos,
rumiando en el hosco destierro de mi propio yo.
Aquí,
creo haberme perdido cierto día,
cuando cedí a las miradas que juzgan,
a las voces que mandan.
Estoy abandonado de mí,
abatido por el peso
de una vergüenza desconocida,
atado a una cadena silenciosa
que prefija un destino conocido
y se aventura
hacia la pavorosa, inevitable muerte.
¡No hay descanso!
Llevamos una carga con agotamiento,
incluso en los brazos del amor.
Estamos obsesionados por las sombras
que roban nuestros sueños
y nos manchan de angustias,
hasta quemar los ojos,
hasta pudrir la carne.
No hay descanso:
sin amor,
sin sueños,
sin deseo.
Negándonos, insatisfechos…
no hay descanso.
Esta es nuestra lucha:
habitar un lugar
entre la carne y el espíritu,
hasta nacer de nuevo.
No sé cómo explicarlo.
Sólo quería decir esto,
antes que terminen los días felices,
antes de la madrugada que se avecina,
antes de la culpa y la plegaria,
antes del final de este poema,
antes que llueva
y mueran los escarabajos de mayo.
Con esta prontitud de la fatalidad,
sólo quería decir esto,
mucho antes de dormir.