De repente, me hallaba una vez más sumido en la tarea de escribirte, llenando la hoja con letras que brotaban desesperadas, cargadas de comprensión y miedo. Aferrándome a la memoria, me afano por retener hasta el último vestigio de aquellos recuerdos que aún perduran.
Anhelo volver a encontrarme en la sala de tu casa, escuchar el eco de tu risa y luchar contra la marea de la vergüenza que me provoca el simple acto de escribirte estas cartas. He grabado en mi mente tus rasgos hasta el agotamiento: la curvatura irregular de tu ceja derecha, la peculiar y cautivadora forma de tus dedos, que contrastan con los matices marrones que habitan en tus ojos.
Aquí va otra vez, una carta más que se suma a mi arsenal de palabras no enviadas. Nunca llegarán a tus manos, pero seguirás siendo la musa que alimenta mis delirios, hasta el día en que tu presencia logre cansarme.