Le pedí que no se quedara,
le advertí que mi vida estaba marcada por el destino;
que si bebía sus besos no le dejaría marcharse,
pero no me escuchó.
Me sentí culpable de tenerle cautivo,
de acunarlo entre mis brazos,
de arroparle las ganas.
Y entonces abrí las ventanas y las puertas
señalé la ruta que mis ojos
en la luz de una mirada trazaron para él.
Pero se abrazó a mi talle, me besó incesante,
me cubrió el cuerpo de caricias,
dibujó nuestro destino con sus manos
en mi figura una y otra vez.
Desde entonces, mi cuerpo es su geografía.