Busqué con pasos firmes el destino,
con el deseo ardiendo entre las manos,
crucé desiertos, mares y caminos,
buscando en otros rostros lo lejano.
Me sorprendieron las doradas armaduras,
la voz del viento en lenguas extranjeras,
bebí del sueño en busca de mil aventuras
y abrí mi alma a puertas forasteras.
Creí que afuera hallaría la respuesta,
que en lo remoto estaba lo anhelado,
pero el silencio, sutil, tocó mi puerta
y halló mi corazón deshabitado.
No supe ver que el mapa más sincero
no se dibuja con estrellas ni fronteras,
sino en la sombra que habita el viajero
cuando se sienta a solas, y le espera.
Qué poco tiempo gocé de mi morada,
qué poco anduve dentro, sin temores,
donde florece, muda, la alborada
y el alma guarda intactos sus colores.
Ahora regreso, lento, más despierto,
ya no persigo sombras lejanas,
ya sé que lo cercano es un acierto
y que en mi interior está la llama.
José Antonio Artés