Siempre serás esa meliflua voz en mis oídos, que no me dejaba sollozar.
Fue tu regazo el lugar propicio de descanso, amor en libertad.
De ti jamás tendré una queja; a tu lado se sentía una densa paz.
Eras remanso de mis penas y motivo continuo para luchar.
Me dejaste tan temprano, y por mucho tiempo no me pude reparar.
Pero en tu amor encontré siempre el refugio, y tu abrazo maternal.
He aprendido a sentirte y a soñarte, a cerrar los ojos y a esperar
que la calma de la noche serena me regale brisa fresca…
Que se sienta tu presencia, que me abraces con ternura espiritual.
Que el eco traiga el sonido de tu suave voz a mi cabeza, y pueda sentir nuevamente esa paz que solo tú me podías dar.
Ha sido un camino largo y pedregoso para volver a sonreír y sentir la libertad.
Te amo, madre, hasta que un día muera, y, si sí hay más,
si te encuentro en ese jardín celestial donde reposan las almas,
¡Nunca más te voy a soltar!