He dejado el corazón en la cocina,
lo olvidé junto a la sal y la harina.
Cada que vierto un ingrediente al sartén,
caen al fuego
mis sentimientos también.
Se fríen mis penas
con ajo y cebolla,
se cuecen a fuego lento
las lágrimas que no salen,
pero hierven por dentro.
Revuelvo con cuidado
mi nostalgia en la olla,
y aunque la receta es sencilla,
el alma se me desborda.
Mi cocina huele a tristeza tibia,
a consuelo que se sirve en platos hondos,
porque en cada comida que preparo
hay un intento de arreglar
lo que no puedo llorar.