Hiroshi Imada

Agonía I

Al lado de tu lecho,

reposaban las cartas,

esos espejos níveos

que se deslizaban

por la lúnula

de tus dedos.

Esas mismas epístolas que,

enamorado,

te escribí.

Esas que alguna vez,

lejos, quizás,

fueron escritas

con un cálamo

rojo y negro.

 

Tanto anhelé decirte,

en alguna carta

remota,

cuánto te amé,

cuánto te quise

y cuánto quería

casarme contigo.

 

— Qué ganas más tontas —

saber que ahora,

duermes para siempre.