Negra, Negra
Susurros que me arrullaron desde la cuna,
los oí de desconocidos, vecinos,
y hasta de labios que llamé amigos.
Y así, para otros, mi piel fue motivo de burla,
y para mí,
motivo de congoja.
Me escondía bajo la sombra,
me miraba al espejo
y llamaba impía a mi piel,
Hasta que el espejo, harto de mi tristeza, habló:
“Eres cimarrona,
fuego de palenque,
tu piel es herencia de un pueblo
que no se arrodilla.”
—No te avergüences de tu piel —me dijo con fulgor.
Entonces me levanté,
cabeza en alto,
mirada firme.
Y de nuevo los escuché:
“Negra, negra...”
Pero esta vez no me dolió.
Miré mi piel
y con orgullo proclamé:
“Sí, soy Negra.
Soy Herencia de una raza invencible,
y con orgullo llevo su color en mi piel.”