Alberto Escobar

Inquieto...

 

 

 

Eugeni Karamazov inquieto,
la sentencia de un hilo,
pendiente, se sienta el juez,
observa el auditorio, flor
y nata de la sociedad peters
burguesa, los caballos ama
rrados fuera, de una soga
de entramado intrincado, os
cura, tenebrosa, rumiando la
sensación de fracaso
que, a buen seguro, se paladeará
en las lenguas de los partidarios
de Eugeni, que esperan lo peor
y lo desean, algunos, los más alle
gados, los que creen que un escar
miento le vendrá de perlas para sen
tar la cabeza, para valorar lo que vale
un peine, cada una de sus púas, sus
aristas, y que, eventually, madure,
se dedique a un oficio provechoso, por
que ahora, en las cárceles, dan cursos
de formación para integrar lo ininte
grable, para abrir una puerta no sabría
si a la esperanza o al definitivo descalabro. 
Eugeni tenía en un puño el corazón,
apenas podía sentírselo, no palpitaba o ca
si, y su amigo Castellanos se mordía
las uñas tanto que el dedo corazón sangre
despedía por entre sus fibras, y su hermana,
Georgeva, con las lágrimas ya mares, corro
yendo el surco por el que descendía mejilla
abajo, no paraba de mandar guasas y guasas
a sus hermanos mayores y a los padres, y el 
grupo familiar echando humo de audios, ví
deos, notas de vídeos, enlaces de tiktok, etc...
Incluso, ella, aprovechando la tensión, quiso
hacerse un selfie con el juez justo antes 
de que se pronunciara para ponerlo como esta
do, y el juez, solícito, se avino a esperar y a po
ner morritos para que la foto quedara más chic. 
Ya se levanta con el mazo en la mano izquierda,
parece que va a romper el silencio.