Promesas, Palabras Al Viento
Me sorprende lo fácil y natural que algunas personas asumen sus promesas. A veces da la impresión de que, para ellos, la vida es un juego en el que se puede prometer cualquier cosa, sin siquiera saber si estarán en condiciones de cumplirla en el futuro. Total, nadie los obliga a honrar su palabra, así que, al final, no hay compromiso.
Cuando se trata de cuestiones que para algunos pueden parecer triviales, pero que para otros son importantes, siento que las promesas caen en la falsedad. Pierden sentido y valor, se diluyen en nada, en palabras que se lleva el viento, en papel mojado. A veces es mejor que no te prometan nada, porque uno termina por asumir que hay quienes están muy lejos de cumplir lo que dicen.
Cuando eres consciente de que una promesa no es más que un espejismo, lo más sano es no escucharla. No vale la pena.
No importa si lo prometido es algo pequeño o de gran importancia: el simple hecho de comprometerte a hacer o dar algo debería bastar para que te hagas responsable. Y del mismo modo que puedes exigirlo a los demás, también debes exigírtelo a ti mismo. Si no puedes cumplir una promesa, mejor no la hagas.