OscarCampos

Fuego sobre cenizas

Un colibrí se detuvo frente a las palabras,
su nido había cambiado de nombre.
Declararon muerta la memoria.

Abrieron un mapa como una herida.
No escuchó la piedra ni el viento,
ni la sabiduría de los ancianos.

Las líneas no sabían de la madre tierra,
de la lluvia, ni de la danza de las estrellas.
Así se partieron las voces del espíritu.

¿Qué le pertenece al colibrí?
¿Su memoria? ¿Su dolor?

Los ríos que descienden de la montaña,
los volcanes dormidos entre la nieve,
perdieron su lenguaje hilado por sus ancestros.

¿Y las huellas de su alma?
—preguntan las cenizas de las semillas—:
“¿Cuál país nos pertenece?”

Nací en una línea del mapa,
donde hay raíces que conservan el fuego,
donde la voz de siglos
dejó las raíces más allá de la sangre libre
y más acá de la propiedad de nuestras oraciones.

La brújula del disparo
dijo: “Esto es tuyo”.
Mi alma respondió: “Mi memoria no te pertenece”.

Así, los árboles y las semillas guardan
el dolor,
y el río sigue soñando con la montaña.

El mapa no preguntó por los habitantes,
no tocó la tierra con sus manos,
no supo del canto ni de las oraciones,
no miró la danza con los pies desnudos,
no esperó que los árboles dieran sus frutos.

Solo trazó el olvido en las raíces
de un fuego infinito.