A los sesenta y cinco el alma pesa, no por los años, sino por las ausencias,
por lo que se dio sin medida ni cuenta, y por lo que no volvió jamás en presencia.
Camino despacio, con sombra y sin ruido, la memoria es un faro y a veces castigo.
No soy menos digno por necesitar,
ni menos valioso por tener que esperar.
Sembré con amor, aunque el suelo era duro, crié con coraje, sin un futuro seguro.
Y hoy, aunque falte el pan o el abrigo,
me sigo aferrando a lo poco que digo.
Porque aún tengo versos, y eso me salva, aún tengo esperanza, aunque a veces me falta.
Y si la vida quiso probar mi temple,
le respondo con calma, sin que el alma tiemble.
No me defino por mi situación,
sino por la fuerza de mi corazón.
Y mientras resista, aunque el mundo me empuje, seguiré de pie, aunque el viento me cruje.