Se me escurre el pecho como arena vieja,
como grano que olvida su forma en el viento,
y en cada soplo que el recuerdo despeja
se va borrando el eco de aquel sentimiento.
El corazón, antes volcán de bravura,
hoy es un cuenco seco, sin llamaradas,
una grieta dormida, sin escritura,
donde ya no germinan las madrugadas.
Te añoré como al sol tras la tormenta,
como al perfume de un jardín perdido,
pero el reloj, cruel amante, no mienta:
te arranca del alma lo que has querido.
Ya no duele, pero pesa,
como un nombre tallado en la niebla,
como un verso que empieza
y muere antes de hallar su estrella.
Te vas volviendo espectro entre los días,
una silueta en la arena del reloj,
ya no hay luto, ni rabia, ni porfía,
solo el susurro suave de un adiós.
Y aunque el corazón no grite ni presione,
en su silencio hay una procesión:
la de los sueños que no hicieron canción,
la de la historia que no tuvo oración.