I
El gigante llegó con banderas bordadas en oro,
hablando en nombre de la libertad,
como si la libertad tuviera dueño,
como si la justicia cupiera en sus bolsillos.
Traía tratados como cuchillos envueltos en seda,
y discursos tan limpios que olían a pólvora.
II
Panamá era un cuerpo delgado,
hecho de agua y espinas,
un pecho que resistía aún con el aire contado,
una isla de dignidad flotando
en medio de acuerdos que le ataban los tobillos
mientras sonreían para la foto.
III
Dijo el gigante: \"vengo a civilizar la selva\",
y plantó bases como raíces venenosas.
Dijo \"vengo a construir\",
y lo primero que levantó fue un muro invisible
que separó al hambre de la abundancia
y al dueño del pan de la mesa.
IV
Los acuerdos fueron máscaras de hierro,
la ayuda, una cadena pulida.
Le dio a Panamá un espejo con forma de dólar
y exigió que se arrodillara ante su reflejo.
Y cuando el país tosía bajo el peso,
el gigante lo llamó ingratitud.
V
Pero el pequeño no murió.
Aunque le robaron la voz, cantó con los ojos.
Aunque le torcieron el brazo, sembró con los dientes.
Respiró a través de grietas,
como la hierba que nace entre adoquines,
y guardó la memoria como un cuchillo envuelto en flores.
VI
Ahora el gigante sigue hablando,
con su viperina lengua hecha de promesas rotas,
y su mano aún cerrada sobre gargantas diminutas.
Pero el mundo escucha el crujido:
no es la voz del grande lo que retumba,
es el pequeño que, asfixiado, todavía canta.
JUSTO ALDÚ
Panameño
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