Aún sostengo en la entraña la esperanza:
morir de pie,
con la rabia afilada en el hambre,
con el sueño atragantado de furia,
con los dientes gritando tu nombre.
Diré a mi gente lo que arde en mis venas,
lo que creo, aunque me cueste la sangre.
No es justo que caigamos en masa,
presas de tu codicia ruin,
de esa riqueza edificada
sobre vidas y cenizas.
Hoy más que nunca,
haremos del grito una muralla,
de la lucha un alba incandescente.
Que nuestros hijos y sus hijos
no mueran en el polvo,
como sombras rotas por el frío.
El universo es infinito,
como el pulso ardiente del hombre,
pero no podemos seguir
en la cueva de la historia,
mendigando luz
a un mundo que nos niega.