Jamás por mi mente cruzaba la idea
que un día de tantos podrías marchar;
que aquellas caricias que fueron mi tea,
tu triste partida podrían truncar.
Adios nos dijimos, aquella mañana
oyendo el suspiro de triste gorrión
que inquieto besaba la blanca genciana,
sintiendo en el alma, de pena el arpón.
Pregunto a mi lecho, mirando las velas
que un día alumbraron tu entrega de amor:
¿Porque se separan las almas gemelas
que un día se amaron con tierno fervor?
¿Acaso la dicha, veloz, pasajera,
ofrece un instante su luz sideral?
¡Y luego se marcha rompiendo quimera
que fue de los sueños la marcha triunfal!
Mas quiero que sepas que fuiste la estrella
que un día el destino me dio sin razón:
¡Ahora te juro, que siempre tu huella
la guardo en el alma con gran devoción!
Adios es palabra tan simple y vacía
que nunca en mis versos podía caber:
¡Que tu eres la esencia e mi poesía
que siempre palpita en todo mi ser!
Autor: Aníbal Rodríguez.