La naturaleza sabe de sensaciones;
de silencio antiguo,
de miradas que hablan
y rocíos que despiertan la piel.
En un mundo de ruido agonizante,
yo me sumerjo en la calidez
de la noche de oro,
arropada por la Dama de plata y sueño.
El viento transportaba
algo más que nubes y semillas;
era el eco de un recuerdo ancestral,
de canto, danza y tambor a lumbre.
Quiso ser sustituido
por pantallas,
algoritmos,
y tecnócratas profetas.
Pero se encontró de nuevo
en la oscura tierra,
peregrinando por la red
de micelio, líquenes y musgo,
esperando a que todo lo atravesase.
Porque soy barro moldeado
en esencia de primavera.
Lo llamaron caída,
pero era una siembra
de fuego y estrella.
Quisieron enterrarte bajo la culpa,
olvidaron que en la grieta y la herida
respiraba el dolor más vivo,
para despertarte.
Como un maestro
de hielo y nieve,
en cada copo
una estrella
de memoria cristalizada.
Y en el abismo de ese umbral
se desnuda el alma solitaria
no sabía que de la oscura noche
brotaría la luz mas clara,
para recordarle que no estaba sola
y a la deriva de la gran nada.
Que habia un Faro, un Sol
un Fenix renaciente
a un pulso de distancia