Alondra, hermana mía, alguna vez perdida.
Por un tren de demonios,
encontré los pedazos de tus hombros desnudos
y tu ligero cuerpo de muñeca almendrada.
Quédate,
es todavía temprano para que te retrases en la búsqueda
de una contestación que no tuvo pregunta.
No ha llegado la hora de desaparezcas.
Tú no te vayas, Alondra.
No te esfumes, Alondra.
Es el sol del mañana tu existencia
Desamparada y fija en la memoria
de una anciana, por fin, recién parida;
no quiero que te intuya su inhóspita apariencia.
Hermana mía, hermana débil, de acero, quebradiza
La ciudad crepitante bajo tus pies descalzos.
El futuro ascendente frente a tus manos tersas,
tersas y frágiles, mujer, como tu alma,
Hermana mía, hermana de mi muerte,
a la altura del suelo tu mirada furtiva.
Vienes y sueltas
polen de indiferencia,
por estos corredores desdeñosos,
se saben ignorados y se asombran.
Te has quedado mil veces al borde del espanto
de aquellos materiales explosivos.
¿En qué cielo infernal te descosieron?
Te hicieron de cenizas,
te envolvieron en viento;
luego te abandonaron a tu suerte.
Fueras una madeja deshilada,
te caíste en mis brazos invisibles
que te traman de nuevo
y te aman, Alondra.
24 de junio 2010