De gala se ha vestido la tristeza
cubierta con su chal de seda fría;
pretende desterrar a la alegría
con aires de poder y de grandeza.
Emerge de mis ojos la pureza
de sal, en su cascada de agonía,
que limpia con sus gotas la elegía,
sanando mi dolor con sutileza.
Se pierde la razón entre desvelos,
buscando la piedad de los consuelos
en aras de la paz y la esperanza.
El frágil corazón, ante los duelos,
se eleva en el delirio de una danza
sellando con el tiempo fuerte alianza.
Muy pronto nos alcanza
el fruto del recuerdo que florece,
y eterno a nuestro lado permanece.