La vida no termina
cuando cometes un error.
Se rompe, sí.
Se agrieta el alma,
se llena el pecho de ruido,
y todo parece perder sentido.
Pero no se acaba.
Respiras.
Lloras.
Te detienes.
Y un día —sin darte cuenta—
vuelves a caminar.
No eres tu error,
ni esa noche oscura,
ni el grito que diste,
ni la palabra que no dijiste.
Eres lo que haces después.
El perdón que te das,
la voz que se levanta
aunque tiemble.
La vida no termina
cuando fallas.
Se transforma.
Y si te atreves,
puede empezar de nuevo.