Fue su risa un relámpago dulce,
una herida de luz que no cerró,
un tatuaje sin tinta,
tallado en la costilla donde antes dormía la tristeza.
No duele como hiere el adiós,
sino como el fuego que da sentido al frío:
su alegría me rompió con ternura,
y aún arde -silenciosa-
como un dios menor
que eligió mi pecho para reír por siempre.
JUSTO ALDÚ
Panameño
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