Yo que dejé mi tierra,
dejé el mar y la cordillera.
Dejé los valles, los rios
y un mar de verdes perlas.
Dejé las palmeras y el viento,
montañas de encina vieja,
atardeceres de fuego
y mañanas de plata vera.
Dejé dos sendas perdidas
entre robles y laderas.
Una llegaba al cielo,
la otra, a dunas de piedra.
Yo que dejé mi isla,
dejé mi sombra y mi huella.
Un amor entre quenepas
y en las piñas, mi tristeza.
Hoy me duele el Caribe,
sus olas y sus mareas
y el pescador vespertino,
que hiere como una estrella.