Al primer desatino, siendo un niño,
le vacié el cargador en sus dos llantas,
le asesté un cabezazo con un guiño
y le dije no sé de qué te espantas.
Con los años llegaron más errores
en perfecta cadencia y por capricho,
pero a todos les fui dejando flores
en mi tumba. (Descanse en paz mi nicho).
Me cansé de catarsis y reproches,
y dejé que el misterio fuera el dueño
del reloj de pulsera de las noches,
al que a veces robé horas de sueño.
No le rompo al ayer ninguna lanza.
Me declaro culpable, señoría;
no seré yo quien ponga en la balanza
de este juicio a la infame cobardía.
Ahora voy en el tren de la esperanza.
He comprado un billete a lo elegido.
Pararé en la estación de mi mudanza.
Pero eso te lo diré al oído.