Erika Castillo

Un ruego al cielo

Tal vez estas líneas no sean poesía para ustedes, ni reflexión de vida, ni querella de amor, pero son el grito sincero de mi alma herida, un susurro al cielo, una plegaria al Señor.

Qué difícil es pensar en quien se ha ido, en el vacío que su partida dejó. Aunque en mi mente su llama siga encendida, hay cosas simples que jamás volverán, y eso, en profundo silencio, mi mundo quebró. Es que una parte de mi alma también murió.

Aunque mi vida está llena de gente buena, más de lo que acaso pudiera esperar, y me acompañan dones y valores que me reconstruyen, y mi resiliencia me enseña a luchar. Pero no puedo decir que estoy plena, cuando sé que nunca volverán. Es que a veces, miro atrás.

Pensando en mis Padres, que hace años no están, comentaba con mi hermano—mi tesoro más preciado— las cosas que pasan por mi cabeza… y le decía, desde el fondo de mis entrañas: \"Tengo un susto y un ruego, pues a veces no puedo escuchar sus voces en mi mente, y eso, de alguna forma, me aqueja y me llena de tristeza.\"

Mi amada Madre, brisa fresca y serena, siento que a veces su voz se aleja… tierna calma y bálsamo de mis penas. Y mi Papi… parece mentira, pero aún recuerdo con cariño, cuando con una sonrisa tierna, me decía: \"Pendeja\". ¡Qué cosas los recuerdos que quedan!

Tal vez sea la añoranza que invade mis venas, y por amar a quienes ya no están, me da miedo perderles. Pero no es pecado amar ni en el corazón tenerles, pues ellos son la fortaleza de mi alma revuelta, el refugio seguro en mis reveses, la esperanza escondida cuando ya casi no está y una luz incipiente cuando esta se torna tenue; no brilla más.

Hoy debo dar gracias por todos esos seres que aún están presentes, que me han acompañado en este camino espinoso y bello, a veces duro, a veces tierno… Y, a ti Mi Dios, si se puede, devuélveme las voces de mis “Amados Padres” para siempre. Que en mi mente resuenen perennes, que en mi alma y mi cabeza, vibren eternamente. ¡Solo tú puedes!