Me gustabas.
Desde el primer gesto,
desde la primera palabra tímida,
desde ese algo que no se puede explicar
pero que lo invade todo.
Me gustabas…
pero tú gustabas a otra persona.
Y yo, en mi ingenuidad,
pensé que todo podía cambiar,
que quizás algún día
me mirarías distinto.
Pero no.
Me gustabas,
y tú dijiste que estabas enamorada
de alguien más.
Y en ese instante,
algo dentro de mí se rompió.
Me dio un sobrepecho,
una punzada seca,
como un silencio que cae de golpe.
Lloré sin lágrimas,
y aprendí, en silencio,
que no siempre basta con sentir.
Que a veces amar también significa
aceptar que no seremos elegidos.
Y aunque me costó,
aprendí a entender
que tú, simple mente,
gustabas a otra persona.