A veces huimos.
No del mundo, sino de nosotros.
Jugamos no por el juego,
sino por la tregua que ofrece.
El dedo pulsa el botón,
el ojo sigue la imagen,
pero es el alma la que busca
una pausa al peso del ser.
Distraerse no es cobardía,
es un ensayo del olvido,
un intento sutil
de hallar sentido sin enfrentarlo.
Pero todo se ordena,
incluso el caos más íntimo.
La verdad --como el río de Heráclito--
fluye aunque no lo notes.
Porque hay un momento,
único e inevitable, en que el amor verdadero aparece.
Y no hablo del amor fugaz o bello,
sino del que desnuda y revela,
el que pone nombre al desorden
y te devuelve a lo esencial.
Entonces comprendes:
cada paso era necesario,
cada fuga un símbolo,
cada sombra una lección.
Y lo que parecía ocio,
era destino disfrazado.
Y lo que parecía tiempo perdido,
era la antesala de la verdad.
Así, iluminado,
no niegas tus huidas,
las honras.
Porque fueron parte
del arte de buscarte.