El Corbán

LA SOBERBIA QUE AMO

Creí detestarte, figura arrogante,

tu ceño era un templo de hiel y desgano,

mas caí rendido, lo juro, profano,

por esa altivez que fingías constante.

 

Te erguías altiva, de orgullo vestida,

con gestos que rozan la afrenta divina,

y yo, tan patético, en vana rutina,

odiaba adorarte, sangrando la herida.

 

Tu risa, burlesca, de reina fingida,

tronaba en mi pecho cual cruel bofetada,

y en vez de esquivarla —¡ay alma enlutada!—

la amé como se ama la ruina encendida.