Irmaelvira Tamez

SEDIENTOS

Nos bebíamos cual sedientos peregrinos que cruzan el desierto,

nuestras pieles se doraban bajo el sol y con la luna

                             -con tanto calor-.

Nos mirábamos, ¡ah sí, cuánto nos mirábamos!

Las caricias sin manos 

-tan sólo con los ojos, con el pensamiento-

hacían de nuestros momentos

instantes callados de letargo y de pasión

posible lo imposible,

poseerte sin tocarte,

beberte en un solo trago y luego, luego saborearte.