Hoy evocaba, aquel cálido rincón de mis padres.
La tristeza abrazó mi alma y, el llanto, tuvo lugar.
Eso pasa, cuando a esa caja del pasado, la abres.
De niño, la caja es un tesoro y con él, vas a jugar.
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Cuántas prohibiciones se quedan, en el recuerdo.
Seguro, son más de las qué, hoy día, te acuerdas.
Cierto es que, a cierta edad, no vale ese acuerdo.
Es sencillo, de esos tratados, nunca te recuerdas.
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La angustia, tiene lugar, cuando percibes el fallo.
Rezando vas qué, nadie se entere de tu desatino.
Uno día, emites el grito: ¡Qué me parta un rayo!
Si se enteran de tu falta, sabes cuál es tu destino.
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¿Sí sabrán los padres qué, modelar, es la norma.
Y qué, tanta e inútil regla, al espíritu deforma?