JUSTO ALDÚ

EL NIÑO QUE ME HABITA

I
Hay un niño dormido en mi costado,
un soplo antiguo que no envejece,
camina descalzo sobre mi sombra,
habita en las grietas de mis silencios
y me pregunta con ojos de asombro
por qué ya no corro detrás de los pájaros.

II
Ese niño no se ha ido:
es el eco que suena cuando dudo,
la lágrima que no cae pero arde,
el barro con que fui moldeado
antes del calendario y del deber,
antes del “debes ser” y del “ya basta”.

III
A veces lo escucho en las manos de mi hijo,
cuando juega como si el mundo fuera nuevo,
cuando ríe con toda la luz de la creación.
Entonces sé que no lo perdí,
que soy su continuación en otro cuerpo,
que fui hijo para ser padre sin romperme.

IV
Ese niño escribe mis palabras en la noche,
susurra en mi oído nombres que olvidé,
me lleva a mirar estrellas con hambre,
me enseña que el tiempo no tiene dientes
cuando uno guarda intacto el asombro,
como una semilla que se niega a morir.

V
Él es el altar secreto de mi alma,
el que reza sin saber a quién,
el que teme la oscuridad y la ama,
el que aún espera una promesa,
una voz que le diga: “estoy contigo”,
aunque el mundo calle y el reloj mienta.

VI
El niño que me habita no pide permiso.
Se sienta en mi pecho y me hace mirar,
me obliga a detenerme,
a recordar que vivir no es cumplir,
sino jugar, reír, llorar,
y volver -siempre volver- a lo que fuimos.

JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025.