Un dolor ilumbre, escondido en el rincón más visitado, espera la incertidumbre de un suicida calendario. Pasa el tiempo tras el deber, bien camuflado, sin llegar a recibir, para una lágrima, un solo espacio.
El reloj no espera a nadie, y menos al dolor, por lo que este queda resguardado en el archivo del corazón, mientras late ininterrumpido para cumplir con su labor. Con la garantía del deber cumplido, queda la promesa de que otro día se le dará continuación.
La casa se convierte en un hotel, que se visita fugazmente alguna vez dentro del mes, donde se acuesta el cuerpo y se descansa alguna vez, mientras el dolor, furioso, reclama por la falta de interés, sin saber que un espacio ya no se le puede conceder.
La responsabilidad es primordial. La obediencia es lo más importante.
Importa estar puntual, y no importa si el corazón aún te arde. Importa estar presente, y debes cuidar muy bien tu imagen, sin importar si el alma está bien... o sigue hecha el peor de los desastres.
Sufrir se convierte en un lujo que no puedes disfrutar,
puesto que solo tienes tiempo para lo que “importa en realidad”.
La vida te exige honor, respeto y puntualidad,
mientras los días rápidamente se pasan…
sin una miga de tiempo para la soledad.