Si el hado veleidoso, en su osadía,
con ímpetu soberbio te afligiere,
y el ánima doliente sucumbiere
al férreo yugo que el dolor envía;
no cedas al quebranto que porfía,
pues toda adversidad se desvanece,
cual nébula fugaz que palidece
cuando el alba disuelve la agonía.
Efímera es la dicha mundanal,
cual pétalos que esparce el vendaval
en danza fugitiva y transitoria;
mas queda el resplandor de la virtud,
cual faro que en eterna juventud
trasciende más allá de toda gloria.