Si la sorda losa del no ser oído
te aplasta el espíritu, cual eco perdido,
y el clamor mundano, con su afán vano,
te relega al margen, en desolado llano,
recuerda, viajero de sendas internas,
que en tu hondura reside la voz que eternas.
Un cosmos fecundo, de arcana riqueza,
un venero oculto que tu ser atesora con presteza.
No explores afuera la lumbre esquiva y fugaz,
que en el claustro umbrío de tu propio solaz,
la chispa germina, tenue al comienzo,
mas con fe constante, su fulgor inmenso.
En el sacro silencio donde el alma se expande,
tu aurora se eleva, tu esencia se enciende.
Vales por el núcleo ígneo de tu singularidad,
crisol de virtudes, preciada verdad.
Tus ideas son astros, constelaciones nuevas,
tu sentir profundo, cual lluvia que nieva
la aridez del mundo, nutriendo la entraña,
revelando el misterio que tu ser entraña.
No te hallas inmerso en el vacío glacial,
aunque sombras danzan su espectro letal.
Tu alma es santuario, de fuerza latente,
un volcán dormido, de poder ingente.
Confía en la diáfana luz que emana tu ser,
irradia tu esencia, sin velo o temer.
Despliega tus alas, de vuelo sublime,
el mundo suspira, tu impronta redime.
¡Te aguarda el encuentro, anhelando tu son,
la sinfonía única de tu corazón!
JTA.