No todas las oraciones
suenan claras.
Algunas tiemblan,
otras se rompen
antes de llegar al cielo.
Hay quienes oran de rodillas,
yo lo hice
desde el suelo.
No por devoción,
sino porque no podía más.
Dijo “Dios”
con la voz quebrada,
sin saber si Él escuchaba
o si aún merecía que lo hiciera.
La culpa
me hablaba más fuerte que la fe.
El silencio
parecía más real que la esperanza.
Pero aun así,
oré.
Sin palabras bonitas,
sin versos de libro,
sin postura correcta.
Solo un corazón
abierto en pedazos
pidiendo aire
como quien pide vida.
Y si aún estoy aquí…
no fue por mi fuerza.
Fue por esa oración con grietas
que, de algún modo,
Dios entendió.