Se dijeron que sería pasajero,
se robaron lo telúrico y divino,
se fundieron en un beso tan ligero,
que acabaron siendo gas de su destino.
Le pusieron las esposas a la suerte,
se juraron al unísono el futuro,
aprendieron a nadar contracorriente,
compartieron su colchón y su pan duro.
Dibujaron con los años sus arrugas,
olvidaron las promesas y las noches,
se cosieron sendos trajes con sus dudas
y el deseo fue tornándose en reproches.
Le exigieron a San Pedro su llavero,
pero él les pidió el santo y seña.
En las noches de verano, allá en el cielo,
se les ve en la estrella más pequeña.