I
Venía envuelta en relámpagos suaves,
una música antigua detrás de los ojos,
sus pasos eran oleajes sin tregua,
y cada palabra suya
era viento que rompía mi quietud.
II
No era para encierros ni vitrinas,
ni flor de jardín domesticado.
Ella era mar sin orillas,
tormenta que no pide permiso,
fuego que arde sin esperar refugio.
III
Me amó como se ama desde el abismo:
con la furia sagrada de lo que no se explica,
con las manos llenas de universo,
como quien sabe que el amor no es nido,
sino cometa que muerde el sol.
IV
Jamás fue mía.
Y sin embargo,
todo en mí lleva su sal.
Fui barca rota bajo su cielo,
y aún así bendije cada naufragio.
V
La quise calmar -un instante, tal vez-
pero su alma tenía raíces en el trueno,
y su piel hablaba lenguas de tormenta.
Callarla era apagar un dios,
retenerla, matar la flor del relámpago.
VI
Ella pasó.
Como pasan los astros que no regresan.
Como una visión ardiente que no se toca.
Y aunque el mundo me pida cordura,
yo elegí su tempestad
porque vivir en su viento
fue aprender a ser libre sin alas.
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025.