Rafael Parra Barrios

El amor, el beso final del tiempo (Reflexión)

 


En la mirada del ser amado se descubre el universo del encuentro trascendente, donde dos almas despiertas se reconocen sin reservas ni ambajes.

 

El amor esencial, el que realmente importa, reside en la reciprocidad vital, en el latir unísono que comparten ella y él.

 

La felicidad más profunda emana de ese reconocimiento mutuo, de percibir el valor intrínseco que uno tiene en el sentir del otro, una aceptación gozosa que se manifiesta con vehemencia. 

 

Es el amor la médula de un ser habitando el alma del otro, un intercambio constante, un crisol donde dos existencias se condensan en la pasión y en la búsqueda del bien.

 

El alma de él se ata con la de ella, más la suya se instala en la de él, creando un espacio único, donde dos seres se funden en su vergel, en una entrega total, con una fuerza avasalladora.

 

El amor solo florece verdaderamente cuando fluye del uno hacia el otro, cuando ese sentimiento es un jardín compartido, fértil y frondoso.

 

El amor es una danza armoniosa de libertades que se juntan, un baile constante entre sueños compartidos y utopías alcanzables, en que dos verdades individuales se topan y se celebran. 

 

El amor auténtico es ese movimiento perpetuo del uno hacia el otro, y mientras esa correlación persista, su fruto será una melodía vital.

 

Amar libremente es un anhelo profundo, sagrado, una medicina necesaria para el alma, un bálsamo que siempre tiene la cualidad de sanar.

 

Es un hilo brillante que teje las historias entrelazadas de dos vidas, iluminando el destino que ambos eligen contemplar unidos. 

 

Es un jardín donde la ternura se siembra como una flor delicada, donde la unicidad del afecto trae consigo sosiego y una dulce paz
interior.

 

El amor abarca la pasión y el fuego intenso, pero también la ternura y la amistad sincera. 

 

Es un devenir constante, una metamorfosis perpetua que conduce a la felicidad plena. 

 

El amor es un \"nosotros\" activo, una comunión divina que se manifiesta en la empatía y el entendimiento mutuo, en tanto se transforma en dimensión plural de  conciencias que se abren la una a la otra, identidades únicas que se complementan entre si, bondad y fervor  en una existencia que se renueva constantemente.

 

El camino del amor puede ser infinito o estar lleno de desafíos, pero la lealtad del ser amado siempre marcará su real capacidad.

 

El amor es lírica que se convierte en épica, y épica que se engrandece con la pasión, una comprensión profunda que crea una conexión íntima e inquebrantable. 

 

El amor es la poesía que infunde a la vida su belleza, y en su lozanía más pura, así por siempre se expresa.

 

Amor, nudo de sol y de tormenta,
crisálida de paz que se fragmenta.
Del abrazo inicial, la grieta abierta,
dibuja el mapa de la despedida cierta.

 

Así el amor es la luz que persiste en la oscuridad del tiempo, y si algún día esa llama llegara a extinguirse, el último beso sería el epílogo.