Tacaño. Toni se negó a besarla. Me reí demasiado. Y pensaba: cómo se va a poner ahora! Y se puso toda tonta: lo cierto es que había bebido en una pausa tras larga jornada de pie y meneándose de aquí para ayá en la cafetería. Poco dinero, pero bastaba. Amor? No sé si fue amor o conveniencia. Lo seguro es que era cosa de locos: los dos lo estábamos
Maldito bribón barbado, pirata de ningún mar en concreto, abstracto personage de una obra de teatro jamás escrita, pordiosero del diablo, perro bobo. Cuánto la amo, o la amé? Podría haber anotado la cantidad de lágrimas que despilfarré durante sus ausencias. Lástima. Indemostrable. La única evidencia equivale a esta tinta resbaladiza, esta tozudez de hedonista heremita: en mi cripta el placer se sublima: quintaesencia...
Pero es absurdo darle más vueltas. La ausencia, la ausencia. Suena tan parecido al silencio. Yena la nada con una sensación liviana como viento de primavera, una sensación plomiza como cielo en el desierto. No me acuerdo de qué me dijo aquel día. Ah, el habla, que perdería la capacidad de hablar por pasar tanto tiempo sin decir nada. Y yo dije: nada. Lo consideré suficiente, y eya pareció satisfecha. Yo no sé porque salí afuera, o adentro, entre el silencio y la ausencia, entre la nada y la nada y nada más que nada si no todo. Y me entretenía asomándome al borde del precipicio, aunque el vértigo me punzaba en la cabeza y hacía frío, tanto frío que cuando regresé todavía era de día pero eya se había dormido, dejando nuestra convesación a medias. Quiero decir que todo, o nada, quedó entre mis dos, o más, mitades. Y un gato que deambulaba lentamente por la acera me habló. Dijo: mau. No dijo nada, lo dijo todo, y sin embargo cuando tenía en mente preparada mi pertinente respuesta un perro pesado ladró como si fuera la furia personificada (emperrada). Y ahora heme aquí, exento de sueño, y ni ganas de dormir, aunque qué remedio. Fracciones de tiempo se encierran bajo los ojos seyados de las gárgolas. Antes me acerqué al cementerio y me quedé contemplando el verdín en la cara de una estatua de un ángel justiciero. Creo que me sonreía. Apenas pude verlo entre el humo que salía de mi cuerpo. En fin, cosas del aburrimiento. Detayes, está todo sobresaturado de detayes. Pensarlo es excitante. Me pregunto donde andará Toni. No lo he visto últimamente ni escrito sobre él. Andará haciendo de las suyas. Nos conocemos. Nos dejamos estar cada uno a su bola como escarabajos empujando su todo, su nada, bajo el ardor helado de la noche en el desierto. El pobre Toni -pobretone- siempre gamberreando de incógnito, rampante caracol, tortuga a propulsión, especie innominable de homo sapiens, príncipe o sapo, según convenga. Me burlo de él para ver si así se le ocurre venir a deshacer esta ausencia, este silencio que me atormenta la conciencia con deseos de yorar que acaban provocándome una carcajada que ya habrá despertado a medio vecindario. Me volví a casa. No podía controlarlo. Me estaba sofocando. Lo sentía removerse bajo mi piel. Violento frenesí. Quería una apoteosis para sí el pobre Toni, un instante de iluminación espontánea en mitad del mar de oscuridad, buceando hacia mí, hacia arriba como un náufrago harto de tragar agua, sediento de aire para poder hablar utilizando mi sistema a su antojo para expresar su enojo por no ser otra cosa si no mi sombra. Cosa del aburrimiento extremo, hasta que la cordura declara un ultimátum, redacta un manifiesto según el cual he perdido la jodida cabeza. Ese ángel justiciero creo que no me sonreía. Se reía de mí el muy pendejo, y yo perplejo, con desparpajo (vapuleo de uso interno, dijo Julio), pajareando por ahí como un murciélago borracho. Qué ocurrencias. Entonces despertaron las gárgolas de su sueño milenario y... Casi me lo creo. Ya me imaginaba reptilianos en agujeros. Iba a ver y en la mayoría de los casos no hayaba más que un montonazo de bazofia. Extraña forma la que asumen para pasar desapercibidos. No es así como uno se imagina a los etés. Mierda, pura mierda. Peores cosas se han visto sobre la faz de la tierra. No es raro que Toni me describa pormenorizadamente el modo cómo se reproducen los coches. Sí fornican, a escondidas. Al hacerse mayores lo dejan y se hacen adictos a la gasofa. Todos eyos son autónomos. Toni me lo mostró, es cierto. Nos ocultamos una noche tras un muro y a las tantas de la medianoche uno de esos moluscos metálicos sin humano incrustado se fue a paseo porque le salía de sus sacrosantísimos cilindros. No crean que me encontraba drogado (me encontraba perdido). La verdad es que me había desdrogado del susto instantes antes, por culpa de Toni, que siempre tiene que andar gamberreando el muy zorro. Se coló en un corral y le agarró los huevos a una oronda gayina y nos largamos aprisa antes de que el propietario nos largase de la vida a machetazos, antes de que nos agarrase los huevos. La ausencia, la ausencia. La siento y ya me estoy riendo de puto triste, tosiendo un sonido que parece el gorjeo de un pájaro majareta. Cosa del aburrimiento. No me creo ni una palabra. Alguna vez tuve recuerdos, pero lo único que recuerdo es que los olvidaba. Ahora tengo ganas de yorar y no la resistencia necesaria para aplacar la emergente carcajada
Jajajabalinas jarreteando jamelgos japoneses, jabatos del carajo jalando ajos ajados, abejas jartándose de jamón ultrajado, cajas encajadas, majas de rajas en rebajajajas
Un escalón, otro escalón. Piso la caye. Dónde estoy? Todo un séquito de altivos edificios siniestros me ha tendido una emboscada. Tonterías. Me ignoran, son demasiado gigantes como para fijarse en mí. Eyos son humanos, y yo una hormiguita. Esa chica me está mirando, y yo con la mirada perdida le devuelvo una sonrisa. Sinceramente no era mía, alguien la había tirado por ahí atrás. Disculpa las molestias guapa, damos una vuelta? Me pasarías tu número? Mi número es... En realidad me senté en un banco y pensaba esas movidas mientras extraía un par de mandarinas de mi desastrado macuto. La ciudad hormigueante, como un miyón de helmintos. Sí, Charles. Vamos por el buen camino, pero mira donde pisas: cinco cacas de perro en un metro cuadrado. Cruzamos. Un taxista obeso se embarca en boca un perrito caliente entero. Me dieron ganas de sentir náuseas, pero estaba muy concentrado tratando de divisar a Charles. Lo perdí entre el tumulto. De todos modos era invisible. No sé adónde voy. Tengo tres coma cero pavos, y una cigüeña sin niños, solo espinas de pescados podridos. Me río. Me miran mal unos pijos. Se creen elegantes por yevar las camisas abrochadas hasta las frentes planas como encefalogramas de mandriles culirojos en época de reapareamiento. Pasando por al lado de un vagabundo y va y me dice algo de un cigarro. Le respondo: no tengo. Me ofrece dos, o un canuto si lo prefiero. No es vagabundo. Duerme la mona en medio del parque. Yo me largo: una parejita de mandriles de azul se aproxima presumiendo de accesorios en sus pomposos cintos. Dichosos robocops! Me quedo con los cigarros. Haré el trueque en la esquina con el comercio de muebles transilvanos, se los cambiaré al señor Roi por su indeseable consejo. Desorientado como la lengua de una vaca en la boca de un golfo común y corriente. Ese golfo que viene de frente. Le voy a dar este par de pitis a ver que dice. Eyy toma para ti chaval. No fumo, tengo cero años. Mierda, es un robocop de paisano. Qué bien se lo montan estos capuyos, hijos del doctor Frankenstein y compañía. Compañía? Estoy más solo que un delantero en fuera de juego por once metros, solo entre el flujo de gente, la masa porosa que cubre estas urbes lúgubres a pesar de la abundancia de luz de farolas, luz mortecina que evito a toda costa. Camino entre las sombras como un minimo a por las sobras
ELA: Estará apunto de volver. No lo echo de menos. Se le nota cuando piensa, que es como si tuviera un loro instalado en la cabeza. No pareció notar que me había arreglado el pelo, y me pinté los labios, pero no quiso darme un beso, ni me dijo nada, así como el otro día. Lo odié un poquito. Lo amé después. No quiso ningún contacto físico, está en un estado maníaco compulsivo, fumando porros que arden como antorchas. Así toda la noche, pues apenas duerme. Yo no aguanto, necesito dormir un mínimo al menos. Hoy me levanté fatal, sintiendo el cuerpo roto: este colchón es ya un vejestorio, noto los hierros hincarse entre mis vértebras. Reconozco que estoy enferma, que tengo una enfermedad, que ya es mejor que no tener nada. Si tuviera más dinero, si mi jefa no fuera tan puta cutre, lo primero que compraría sería una televisión: echo de menos los programas de la tarde, esos momentos banales, flotar en la superficie dando al tupido fondo la espalda. Me cansa la profundidad, me veo girando sin parar en una espiral, en la mirada de Rai, dando vueltas como cuando me fui a la capital con mi hermana y montamos en la noria; eya tenía la regla: estaba toda hosca. Me dió un vértigo que flipas. Veía a la gente ayí abajo. No es verdad, veía hormigas, hormigas formando y rompiendo filas por todos lados; veía las plazas y parecían de mentira, también los edificios carecían de fundamento. Volví a disociar: oía la voz de mi madre yamándome desde la Luna yena, que estaba bien visible y terriblemente hermosa sobre una nube de agua turbia que le servía de cama; oía además ladridos, rechinar de dientes, los pensamientos retorcidos de dolor de mi hermana. La odié un poquito. La amé luego, cuando montamos en el tiovivo, me hizo recordar algún buen momento de mi infancia. Mi infancia fue una mierda: familia controladora, apenas podía dar un paso sin que me cayeran encima dos o cuatro o seis ojos todos presintiendo mis impulsos profanos, mi innato libertinaje, relegado a una falsa inexistencia. Se me pega la forma de pensar de Rai, las palabras se me enredan, a veces no tengo ni idea de lo que pasa por mi cabeza. Me punza el vértigo, me atraviesa el cráneo y penetra hasta la médula. Debe ser por eso que me duele tanto la espalda. En mi sueño era peor: mi cuerpo estaba compuesto de palos retorcidos y líos de cuerdas, y sufría porque temía no ser lo bastante rápida como para yegar puntual a una cita con un chico que resultó ser Rai (y yo que tenía ganas de hacer el amor con otro). Miento: parecía Rai, pero no era él. Le vi una expresión en la cara que nunca le había visto, y tenía el pelo diferente, como todo en punta, las puntas del bigote rizadas hacia arriba y periya en pico al estilo faraónico. Toni! Cierto! Ayer me habló de Toni, que es algo así como su alter-ego y personage del relato que está escribiendo. Yo también quisiera crearme un doble, la yamaría Jaira, y la mantendría alejada de la realidad, como a una hija mimada...