Te amé con la furia de un dios exiliado,
con ansia de siglos, con sed de universo,
grabando en tu carne mi verbo encantado,
te di lo inmortal… y apenas mi verso.
Fuiste el altar de mi fe clandestina,
la patria del beso que nunca se olvida;
y hoy bebo, entre sombras, la cruel disciplina
de verte negar que fuiste mi vida.
Le ruego al Eterno, de rodillas,
que agite en tu pecho lo que hemos vivido…
porque aunque desdenes mis huellas sencillas,
yo soy, lo sabes, quien más te ha querido.