una eternidad, otra eternidad,
un puente demasiado estrecho
Porque a mis años se me cierran las cárceles
y la vida se descose insultante
-la desidia llega después enmarcada en un viento metálico,
un extraño ruido de automóviles despierta tras el horizonte-.
Hay pasillos que encierran todo,
los desiertos, las lágrimas, las pisadas,
los charcos masacrados por las pisadas
-la sonrisa cicatriza de ese niño color ceniza huye hacia el miedo,
las rosas duermen la siesta bajo un arco de espinas incontrovertibles-.
Porque estoy sentado en medio de la noche,
si nubes, sin estrellas, sin luna, quizás también sin alba
-de nuevo este invierno punteado de heridas entristece la mañana,
las calles desabarrotadas muerden en silencio su ansia de miradas-
Ahora escapo de un mar a otro mar
y este puente se me llena de agua, huracanada a veces, en el espejo
-la nada se enrosca al cuello de hoy aplastando contra el sueño deszarpado
el externo, el cleido y el mastoideo que fumaban conversablemente-.
Porque en cada naufragio arrinconado hay orillas que desconozco,
puertos con los faros encendidos a espaldas de los muslos
-una niña vestida de legañas fosilizadas recoge del suelo unos versos sucios,
pamplinas al fin y al cabo de otra mentira igual de corruptible-.
Sé que soy y a veces no lo creo,
pienso que existo y me asalta la duda de mí mismo entre tanto deseo desgajado,
-la presencia de la piedra en medio del camino, la mirada indiferente,
la piedra ignorando la mirada, el camino soportando el peso ingrato de la piedra-
No estoy seguro, sin embargo
ese florero no ocupa su lugar más adecuado,
y esa fuente debiera estar en el desierto, regando lagartijas.
¿Qué decir en cambio de la botella vacía
o del tren que llegó puntual como dos rectas cruzándose ?
Yo prefiero mirar a Exter madura,
decir me gustas más con el pecho descubierto y los muslos llenando el sol;
después dejar la vuelta envuelta e una probabilidad posible.
Porque entre suelo y suelo hay un algo indescifrable, no vomitable,
que pasa como lastre arrastrado desde siempre
-el sueño, los años, el miedo a los años que sólo fueron sueño
en la hora misma de despertar,
la causa primera de las cosas, la esencia final de la nada,
esa insistencia metafísica de deseos proyectados sobre una pared enjalbegada-
Buscar motivos para gritar no es incumbencia del silencio,
pero me duele pensar que el nuevo día empieza después de la media noche,
también en las noches de luna llena cuando las estrellas giran semiocultas
y un accidente de calculo disuelve las sábanas en un multitudinario charco de pus.
Porque no me entristece tu sangre ni la mía, sino la sangre toda invertebrada,
ese mudo manto de sangre descalza que pisa los abrojos deshilachándose en los labios;
color rojo de eternidad prematuramente volcada;
tramo final inevitable del puente entre mares,
donde los muslos se cierran y nacen los innatos
sin mas herencia que la rienda encabritada de dos zapatos hambrientos.
Es triste, demasiado triste; se diría la tristeza toda desramificada a torrentes.
A mis mil versos rotos me canso de cenar historia
y de postrearme con literatos de tinta china;
necesito un cambio de aires y de héroes, un catecismo de cobardes bordado a mano
o una cárcel rebosante de buenos propósitos,
un billete para el infierno sin caer en sentimentalismos ingenuos
-la nada en sus espléndidos veintidós años de pechos firmes me está llamando a voces,
gritos inacabables que buscan el talón mientras una caricia envuelve el vértigo de la caída-
Mendigando soledades menos frías que la tumba voy,
a veces corriendo como loco, gritando palabras que sólo yo no entiendo;
pido una pregunta no demasiado maltrecha para tanta respuesta estática,
es igual, me dan un pedazo de pan duro y los buenos días;
y una sonrisa tapiada.
Ya se sabe.