Le tengo miedo a los insectos; eso no es novedad.
Son plagas, plagas que se ocultan en los sitios más reconditos de la casa, de los hospitales, del alma.
Y cuando menos los esperas, emergen de su escondite, y te asustas; hasta que lo pisas, y lo matas, o le pides a alguien que lo haga por vos.
Y ya está, se acabó, el bicho ha muerto, pero el miedo sigue latente, como el peor de los aliados.
Pero, hay otro tipo de bichos, a los que más les temo; ese que no se puede matar, ni aunque te suicides, ¿Quién te asegura que en la muerte no seguirá envenenado tu cuerpo? Aún en un avanzado estado de descomposición.
Son plagas, malditas plagas venenosas, que hieren y matan lentamente, contaminando todo a su paso; y todavía no se ha encontrado remedio que pueda matarlo, a ese bicho, bicho que mata sueños y almas; y cuando te das cuenta de que está en tu interior, ya es tarde, ya estás dormido y dopado, en algún hospicio, atado.
Pero, tal vez, si hoy lo enfrentó una vez más, tal vez pueda ganar, (aunque lo más seguro es que vuelva a perder), sin embargo, sé que afuera de este abandono, está la sonrisa de alguien, (tal vez, la mía) esperándome.