Ay esperanza, qué sencilla es la vida,
una flor se marchita y otra se queda,
y en su común acuerdo con mi herida
marchitada la encuentro en la vereda.
Yo escondido en mi llanto, su partida
veo, turbado y frío en la alameda.
Ya late el corazón tronando estío;
ya inmóvil, ya inerte, ya vacío.