El camino hacia su casa se sentía diferente esa tarde. Había pasado tiempo desde la última vez que la vi, a la hermana de mi mejor amiga, un faro de optimismo y alegría contagiosa. Siempre brillante, con esa chispa en los ojos que iluminaba cualquier habitación. Esta vez, al cruzar el umbral, la encontré igual de hermosa, quizás incluso más, con un maquillaje impecable que realzaba sus facciones. Pero su voz... su voz era un eco distante de aquella melodía vibrante que recordaba. No era el tono en sí, sino un matiz, un dejo amargo que se filtraba entre sus palabras, una sombra que intentaba ocultar, pero que se hacía más densa con cada frase.
\"¡Amiga mía, qué alegría verte! Estás radiante, gracias a Dios en tu hogar, rodeada de tus hijos\", le dije con una sonrisa que intentaba ser genuina.
Su respuesta fue un golpe helado en pleno rostro. \"Ya no estoy aquí\", dijo, y la confusión se apoderó de mí. \"¿Cómo así?\", pregunté, sin comprender.
Sus siguientes palabras pintaron un cuadro desolador. \"Esto no es estar. Estoy atada a esta cama, sin poder jugar con mis niños, solo puedo verlos. Tengo estos cables que me aprisionan el cuerpo. Estoy atada, amiga. Sé que me estoy muriendo, solo no sé cuándo. Trato de mantenerme fuerte por mis hijos y por mis padres, sé el sacrificio que están haciendo\".
Luego, su mirada se oscureció aún más, revelando una herida profunda, un veneno que parecía carcomerla desde adentro. \"Siento que el atarme a una persona que me hizo mucho daño me quemó por dentro y me consume aún. No sé si eso originó esto en mí, pero es algo que aún siento\".
En ese instante, un nudo se formó en mi garganta. Cada palabra suya era un puñal, y resistir el impulso de romper en llanto fue una batalla silenciosa y dolorosa. Su fragilidad física contrastaba con la fuerza de su espíritu, aferrándose a la vida por sus seres queridos, mientras una sombra implacable la envolvía. Su confesión final, esa conexión entre el dolor emocional y la enfermedad, resonó con una crudeza escalofriante. La capacidad humana para infligir daño, para dejar cicatrices invisibles pero profundas, se manifestaba en su testimonio con una claridad desgarradora.
El Poema: Ecos de un Alma Atada
Los soles de sus ojos, eclipsados, lloran ceniza,
su faz de querubín, hoy velo de arena movediza.
La voz, que antaño fue torrente, melodía vibrante,
ahora es eco espectral, punzante y errante.
\"No habito aquí\", sentencia el espíritu doliente,
preso el cuerpo, el alma, sombra impotente.
Ligamentos de vida, férreas cadenas invisibles,
pupilas fijas en sus hijos, tras cristales insensibles.
Conoce el viaje aciago, el umbral que se avecina,
más la savia filial su coraje ilumina.
Por padres amados, baluarte contra el hado cruel,
siembra en el yermo instante, la semilla de su laurel.
Una antigua ponzoña, un vínculo sombrío y denso,
consume sus entrañas, fuego tardío e intenso.
¿Acaso aquella argolla de dolor sembrado,
fue la raíz letal de este destino sesgado?
La vileza humana, un veneno que cala hondo,
cicatrices silentes, en el ser fecundo y redondo.
Un daño larvado, que el alma desintegra,
mientras la sombra impune, su negrura no segrega.
Lágrimas retenidas, un nudo atroz en la glotis,
ante la impotencia, un clamor sordo a la hipóstasis.
Un fulgor esencial, extinguiéndose en la penumbra,
dejando una estela de vacío, honda calumba.
Que este relato humilde, este doliente verso,
sea espejo de la injuria, del destino adverso.
Que recuerde, con la punzada fría de la congoja,
el valor sacro de cada existencia, cual preciada alhaja.
Y la sombra espectral que el rencor siniestro proyecta,
en el alma vulnerada, cuya luz ya no proyecta.
JTA.