Hay un lugar en mí donde las palabras se quedan atrapadas,
como si se aferraran al silencio para no romperse.
Ahí guardo todas las cosas que nunca se dijeron,
y los silencios que se agrandan,
como un hilo invisible que une lo que está lejos,
pero nunca lo suficiente.
El tiempo pasa,
pero algo dentro sigue suspendido, esperando,
como si las estaciones no pudieran borrarlo,
como si las horas estuvieran diseñadas para recordarme
que hay algo que no se mueve,
que no se olvida.
A veces, la vida se cruza con lo que no se puede tocar,
y entonces, me pregunto
si hay un lugar para esos sentimientos
que se quedan al borde de la piel,
sin caer,
pero sin irse nunca.
Y así, sigo aquí,
en la quietud de lo que no se nombra,
esperando,
sin saber si el viento algún día traerá una respuesta
o si lo que guardo es solo parte del paisaje
que nunca llegué a conocer del todo.