El Pensador Que Se Preguntaba Demasiado
Inspirado en escrito hallado en Internet.
Desnudo de certezas,
con el ceño fruncido
y la barbilla a un paso del abismo,
se sentó —como quien no tiene prisa—
a pensar...
y pensar...
y pensar... hasta dolerle la cabeza.
Se preguntó,
sin permiso ni brújula:
¿Por qué Tarzán jamás usó barba,
si en la selva no vendían rasuradoras?
¿Si todos los hombres son iguales,
por qué las mujeres tardan tanto en escoger uno?
¿Para qué abre la boca la que se pinta sus ojos?
¿Y el cero...?
¿Dónde diablos se esconde en los números romanos?
Se acarició la frente,
como quien escarba entre arrugas en busca de respuestas,
y siguió:
¿Cómo calibraron el primer reloj,
si nadie sabía qué hora era?
¿Y por qué esa manía de despertar a alguien
solo para preguntarle si dormía?
(Una mosca le pasó zumbando...
quizá también buscando respuestas.)
Se rascó el pecho con duda existencial:
¿Cuántas vidas le quedan a un gato
antes de declararse inmortal?
¿Por qué todo aparece justo en el último lugar donde ya no lo buscas?
¿Qué contarán las ovejas para dormirse...
¿gatos, quizá?
¿Dónde diablos dejaron la otra mitad del Medio Oriente?
¿Y para qué cercar los cementerios,
si los muertos no planean fugarse?
Apoyó el codo en la rodilla,
sosteniendo la bóveda de sus disparates:
¿Por qué \"separado\" se escribe junto,
y \"todo junto\" se escribe separado?
¿Y por qué en el Día del Trabajo... nadie trabaja?
¿Si la lana encoge al mojarse,
por qué la oveja no se convierte en esponja andante bajo la lluvia?
Soltó un suspiro filosófico:
¿Seré un genio incomprendido,
o solo un loco con más preguntas que certezas?
Se rió para adentro:
¿Un parto en la calle cuenta como alumbrado público?
¿El mundo, si fuera plano, se llamaría redondeta?
¿Si un abogado enloquece, pierde el juicio... o lo gana?
Se acomodó en su pedestal imaginario:
¿Un fruto seco mojado es un fruto indeciso?
¿Una cebra es blanca con rayas negras,
o negra con rayas blancas?
¿Quién fue el genio que decidió
que el balón es \"él\" y la pelota \"ella\"?
¿Si todos los derechos son reservados,
qué hacen los pobres izquierdos,
¿mendigando esquina?
Se detuvo un segundo.
Una gaviota, desde las alturas,
le soltó una respuesta ácida.
Él la aceptó como epifanía corrosiva.
Y pensó —con la solemnidad de un sabio absurdo—:
\"Quizá la vida no sea para entenderla...
sino para seguir preguntándola,
hasta que nos caigamos de este banco sin respuestas.\"
Y ahí quedó:
el pensador de las dudas eternas,
el filósofo del sinsentido,
el poeta de las carcajadas mudas...
pensando todavía...
en voz baja...
en voz alta...
o en ninguna.