Ahí recostada en tus piernas con el dorso desnudo,
cubierta a medio cuerpo, pero con el corazón descubierto,
quise quedarme ahí, atontada tras el sexo,
tarareando las canciones que se reproducían por admonición,
y mirándote como solo yo sé, con amor,
no sabía que pasaba, ni como paso,
solo sabía que en ese momento: éramos solo tú y yo,
sin pasado, sin futuro, solo los dos,
en medio del frio de la noche,
cubiertos, calienticos, por tanto, calor,
protegidos del resto por los vidrios empañados,
con el auto estacionado, sin la necesidad de huir a ningún lado,
sin decirnos promesas, sin hablar de cosas duraderas,
pero al tope de la emoción,
no quería irme,
quise hacer del momento algo no perecible,
saborear hasta la última escena,
guardarme lo que pasaba en la cabeza,
porque en mi corta vida sé que estas instancias
pasan solo una vez en la vida,
pero al cerrar los ojos puedo sentir en el cuerpo,
el chilin que me producía sus labios en mi cuello,
entonces prefiero recordarlo con picaría,
que con nostalgia o ilusión.