Patricia Aznar Laffont

Oscuros, helados Laberintos...

Oíme, vos podés hacerlo,

Mirá aquellos oscuros pasillos

Y no enciendas la lámpara

Y dejá que te encuentren

Las Patéticas Sombras Fantasmales.

(los murciélagos, sí, los murciélagos)

Y Aquella vieja y Vacía Silla

Balanceante. 

Y la Deshecha Muñeca sin Ojos,

Y ese Antiguo Secreto Insondable.

Y los Locos, sí, los Locos,

Que te miran fijo

Y que Ríen Tristes Risas

(Risas Grises)

y que Miran en los Espejos

sus Blancos Ojos Hundidos. 

Y dejá que una Gruesa Cuerda

Se Enrosque en sus Cuellos

(y Quizás en el Tuyo)

y no Escapes.

Sonríe, 

Y deciles que no Existen,

No Existen.

Que están Muertos, Muertos,

Y Sonríe.

Y ya no Escapes. 

Sólo deciles que Ya no queda Nada,

 Nada.

Ni siquiera las Viejas Heridas Cicatrizadas,

Con Jirones de Valor y Miedo,

Y con Gritos Vacíos de Palabras.

Y Silencios.

Silencios heredados.

Silencios recetados.

Silencios absolutos.

(Shhh! Silencio. Calla!) 

Y deciles

Que ya no queda Nada.

Sólo las Incesantes Caravanas

Por estos Oscuros Pasillos,

Tan Fríos, fríos. 

Ahogados Laberintos Recorridos

Con la lámpara Apagada.

(Sí, con la Lámpara Apagada)

 

(Patricia)