Siento la vergüenza apoderarse de mis entrañas al leer mis escritos.
Me hundo en la miseria de existir, de ser, de no ser, buscando un lugar donde no me hallo, despidiéndome de mis inconsistencias.
Escribo sin sentido, atrapado en la voracidad de una mente empapelada en pensamientos turbios, tristes, sin dirección.
Todo es inabarcable, imposible de conocer bajo el tiempo absurdo que nos fue conferido.
La mente, el conocimiento, el cerebro se abren paso entre la curiosidad y parecen la única salvación.
¿He aquí un dios que decidió abandonarme a través de la nula espiritualidad?
Nadie ni nada entiende como tú sientes, como tú interpretas, con la intensidad de emociones incontrolables.
He decidido adelantar el final, arrojarme a la eternidad, al resumen de la nada,
porque de ahí provengo y allí ha de descansar el recuerdo de lo que alguna vez fui.
Admirad las estrellas por última vez, las constelaciones del pasado; sentid el frío abrazando el cuerpo como la partida del despiadado.
Una bestia se esconde tras mis ojos; un delirio perturbador, gestado por años, es ya un mar intranquilo.
La miseria de existir intenta alcanzar la libertad a través de lo material.
¿No es acaso la libertad existir?
Me detengo porque las palabras ya no brotan; las ideas se consumen y la mente perturbada ansía descansar.
El orden de las palabras no convence; no están donde deberían.
Quiero sentir mi personalidad brotar junto a otro ser, sin la necesidad de ocultarme ni desaparecer.
Hoy pido perdón a la nada, recordando a quienes he perdido,
a quienes, aún estando conmigo, no pudieron encontrarme, ni yo a ellos.
Mi silencio es un lenguaje que no te explica lo que tú interpretarás.
Lamento ser lo que soy ahora, sin ser lo que esperabas,
pero jamás me arrepentiré de mí.