Se arrastra el alma en su tormenta muda,
en su interior, la guerra no cesa,
y la mente, como un río de oscuridad,
se ahoga entre sus aguas densas.
Los ecos de antiguas heridas,
como sombras, se aferran al pecho,
y el corazón, cansado de su propio peso,
grita en silencio, buscando la luz.
Pero llega el instante,
un suspiro de fuego en el aire,
una grieta, un estallido,
y todo lo guardado se vierte en llanto.
El llanto, viejo y doloroso,
no es derrota, sino el fin de la lucha.
Y en su seno se limpia el alma,
se sacude el barro de lo olvidado.
Es en esa purga interna
donde renace el ser,
fuerte, quebrado, sin máscaras,
pero libre, finalmente, de su propia carga.