Odio que mis piernas se enredan con las sábanas y también extraño cuando danzaban perezosas por las madrugadas recurriendo a la tibieza hogareña de tus piernas torneadas.
Odio haberte cedido un espacio de mi lugar seguro, de mi cama, porque ahora vive helada.
Odio que perfumaras las almohadas con la frescura cítrica de tu piel rosada, no me dejas dormir en calma.
Odio no poder abrazar tu espalda en medio de la madrugada, ahora solo me encuentro con un peluche de conejo donde antes reposabas con calma.
Creo que extraño que me envuelvas con tu dulce paz.